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jueves, noviembre 27, 2025

Mientras tu robot se desploma, tu competencia está aprendiendo a caer mejor

 

Este artículo se iba a llamar “El arte olvidado de fracasar en público”. Me pasó por primera vez a mis 8 años, frente a un grupo amplio de padres de familia de la escuela donde estudiaba entonces, muchos de corte intelectual, periodistas, escritores, librepensadores, come libros, maestros de escuela, con todo lo que eso significaba en los años 70; y de todos mis compañeros de clase. Era mi segunda “conferencia” de las miles que he facilitado hasta esta semana. Me equivoqué en algo, no supe manejarlo (¡tenía 8 años!) y comencé a llorar delante de todos. Mi padre, que evitaba mostrar en mi presencia lo orgulloso que estaba de su hijo, caminó hasta la tarima e hizo lo mejor que pudo para calmar mi angustia, me sacó de allí y me llevó a casa donde me escondí para siempre.

Pero entonces quise ser agresivamente más competitivo y “confrontacional”. Hablarles directamente a los líderes en las empresas, a raíz de un ejercicio que he estado haciendo esta semana en un banco de Centroamérica. Entonces cambié las cosas desde el comienzo, desde el mismo título. Sé que el "tu" lo hará personal o, al menos, es lo que quiero. Y la frase "caer mejor" parecerá contradictoria, pero espero que genere curiosidad inmediata. En breve, lo que quise con este cambio fue posicionar el fracaso como una habilidad que se puede perfeccionar… ¡Y dice así con entonado acento!

Hace unos días, el robot humanoide ruso AIdol hizo su debut con toda la pompa que se esperaría de una presentación tecnológica de esta magnitud: música de la película Rocky, asistentes bien vestidos y cámaras listas para capturar el momento histórico. Ver video. Lo que capturaron, en cambio, fue algo mucho más revelador: el robot avanzó unos pasos, levantó el brazo para saludar y se desplomó de bruces contra el piso del escenario. Segundos después, dos personas corrieron a cubrirlo con cortinas negras mientras piezas del robot quedaban esparcidas a la vista de todos.


Chiste obligatorio: AIdol definitivamente entendió mal la expresión "romper el hielo" en una presentación.

Pero lo que ocurrió después de la caída es lo que realmente merece mi atención, y la de ustedes. No fue la falla técnica en sí, eso le pasa hasta al mejor, sino la respuesta instintiva y casi coreografiada del equipo: tapar, ocultar, minimizar. Cortinas negras sobre el desastre. Explicaciones rápidas sobre "problemas de calibración" y "fase de pruebas". Una maniobra de relaciones públicas ejecutada con la sutileza de quien intenta esconder un elefante detrás de una maceta de bonsái Shito.

Pienso que aquí está el problema: esto no es exclusivo de una empresa rusa, ni de la robótica, ni siquiera de la tecnología. Es el modus operandi corporativo global del siglo XXI.

La cultura del tapete

Las empresas de hoy, desde gigantes tecnológicos hasta startups con nombres imposibles de pronunciar, han perfeccionado el arte de barrer la basura bajo el tapete. Apple lanza un producto con fallas de diseño evidentes y te vende el siguiente modelo como si el anterior nunca hubiera existido. Microsoft implementa actualizaciones que rompen sistemas enteros y lo llama "experiencia de usuario mejorada". Google descontinúa productos que millones de personas usaban sin siquiera pestañear. Y OpenAI... bueno, OpenAI tiene sus propios esqueletos en el armario de la ética de la IA. Yo mismo he fallado a lo grande, no en charlas como esa a los 8 años, sino en lanzamientos muy anticipados en algunas de las organizaciones a las que he tenido la oportunidad de servir en las últimas cuatro décadas.

El patrón es siempre el mismo: cuando algo sale mal, la primera reacción no es transparencia sino control de daños. No queremos que la junta directiva se entere. No queremos que los inversionistas huyan. No queremos que los usuarios pierdan la fe. Y, sobre todo, no queremos admitir públicamente que nos equivocamos, porque eso sería como confesar debilidad en un ecosistema donde solo los "disruptivos" y los "resilientes" sobreviven.

Hay algo roto en esta lógica: al ocultar el error, también ocultamos la oportunidad de aprender de él.

Soluciones de maquillaje

Lo que sucede después del encubrimiento inicial es aún peor. Las empresas implementan lo que yo llamo "soluciones de maquillaje": parches superficiales que dan la ilusión de que se tomó acción, pero que en realidad no resuelven nada estructural. Es como poner cinta adhesiva en un motor que está a punto de explotar y declarar victoria.

¿Por qué? Porque hacer las cosas bien es caro. Ir a la causa raíz significa admitir que el problema es más profundo de lo que queremos reconocer. Significa detener operaciones, revisar procesos completos, tal vez incluso reconocer que el producto o servicio nunca debió salir al mercado en ese estado. Significa tiempo, dinero y, lo más doloroso de todo, humildad pública.

Entonces optamos por el camino fácil: un comunicado de prensa bien redactado, un ingeniero sacrificado como chivo expiatorio, he sido yo, y seguir adelante como si nada. Después de todo, el ciclo de noticias es corto y la memoria colectiva, más corta aún. Bien sabré yo de eso por el entorno en el que crecí.

El miedo a la transparencia

Existe un miedo casi patológico en el mundo corporativo a la transparencia radical. Las empresas temen que, si muestran sus fallas, los competidores las aprovecharán. Que, si admiten errores, los clientes huirán. Que, si son honestas sobre sus limitaciones, nadie querrá invertir en ellas.

Pero la realidad es todo lo contrario.

Las empresas que triunfan a largo plazo son aquellas que han aprendido a fracasar en público con dignidad. Que documentan sus errores. Que publican post-mortems detallados. Que convierten cada caída en una lección compartida con su comunidad. Estas son las organizaciones que construyen confianza real, no solo percepciones de perfección. Pregúntenle a David Vélez (Nu).

No me gusta su estilo ni la cultura que promueve, pero cuando SpaceX explota un cohete, Elon Musk tuitea sobre ello en tiempo real. Cuando GitHub sufre una interrupción masiva, publican un análisis técnico completo de lo que salió mal. Cuando Basecamp cometió errores garrafales en su manejo de políticas internas, sus fundadores escribieron disculpas públicas y cambiaron su enfoque (aunque tardaron en hacerlo). Yo mismo le pedí a mi padre, todavía en medio del llanto aquel “fatídico” noviembre, que me cambiara de colegio; él, solo con su silencio penetrante de siempre, simplemente me volvió a matricular allí. Un año después repetí la charla, fue “todo un éxito”. Cincuenta años después sigo haciéndolo como entonces, aunque los temas y el público hayan cambiado ligeramente.

Estas empresas y yo entendimos algo fundamental: la innovación y la falla son gemelas inseparables. No puedes tener una sin la otra. Y si pretendes innovar sin nunca fallar públicamente, lo único que estás haciendo es mentirte a ti mismo y a todos los demás.

El verdadero costo de la perfección fingida

Hay un costo invisible pero devastador en esta cultura del ocultamiento: mata la innovación desde adentro. Cuando las empresas castigan el fracaso y premian el encubrimiento, envían un mensaje claro a sus equipos: no tomes riesgos, no experimentes, no intentes nada que pueda fallar visiblemente.

Los empleados aprenden rápido. Se vuelven maestros en el arte de la mediocridad segura. Proponen solo proyectos con garantía de éxito, o al menos, con plausible negación incorporada. Evitan las ideas audaces porque una idea intrépida que falla es una carrera arruinada.

Y así, lentamente, las organizaciones se fosilizan. Se vuelven expertas en ejecutar lo mismo de siempre, cada vez con más eficiencia, pero nunca en crear algo genuinamente nuevo. Se convierten en museos de su propio pasado exitoso.

El robot AIdol que cayó al piso al menos lo intentó. Al menos salió al escenario. Al menos existió como algo más que una presentación de PowerPoint. ¿Falló? Sí. ¿Es eso malo? Solo si no aprendemos nada de ello.

La vía alternativa

Imagina un mundo diferente. Imagina que después de que AIdol cayera, en lugar de cortinas negras y explicaciones apresuradas, el CEO hubiera subido al escenario y dijera: “Bueno, eso no salió como esperábamos. Permítanme mostrarles exactamente qué falló y qué vamos a hacer diferente la próxima vez”.

Imagina que abrieran el robot ahí mismo, mostraran el servomotor defectuoso, explicaran el problema de calibración, invitaran a otros ingenieros del público a ofrecer ideas. Imagina que convirtieran el fracaso en un seminario improvisado sobre los retos reales de la robótica humanoide.

¿Habría sido menos vergonzoso? No. Probablemente más. Pero habría sido auténtico. Habría sido educativo. Y, sobre todo, habría sido el tipo de momento que construye comunidades, no solo marcas.

Las empresas que van a dominar la próxima década no serán las que nunca fallan. Serán las que fallan mejor. Las que documentan, iteran, comparten y evolucionan en público. Las que entienden que la perfección es el enemigo del progreso y que la vulnerabilidad estratégica es la nueva ventaja competitiva.

No me quiero imaginar mi vida si don Luis Salazar de la Hoz me hubiera cambiado de escuela, si hubiese permitido poner esa cortina negra que yo le proponía mientras volvíamos a casa. Los efectos seguramente habrían sido devastadores para mí.

La lección del piso del escenario

AIdol cayó al piso y, en ese momento de desplome torpe y humillante, nos mostró algo mucho más valioso que un robot que camina perfectamente: nos mostró exactamente cómo NO manejar el fracaso en la era de la transparencia radical.

Las cortinas negras ya no funcionan. Todos tienen cámaras. Todo queda registrado. La viralidad no perdona. Y en un mundo donde cada error puede convertirse en meme global en minutos, la única defensa real es la honestidad.

No necesitamos más empresas que finjan perfección. Necesitamos organizaciones que entiendan que la innovación real es un desastre glorioso y documentado. Que cada prototipo roto es un paso hacia algo mejor. Que la diferencia entre un fracaso y un aprendizaje es lo que decides hacer después.

La próxima vez que tu proyecto caiga de bruces en el escenario de la presentación más importante del año, resiste el impulso de buscar cortinas negras. En lugar de eso, enciende más luces. Invita a la gente a acercarse. Muestra las piezas rotas. Explica qué salió mal. Y promete que la siguiente versión será mejor porque aprendiste esto en público.

Esa es la diferencia entre una empresa que oculta sus fallas y una que las convierte en su superpoder.

En el futuro, las organizaciones más valiosas no serán aquellas que nunca se equivocaron, sino aquellas que fracasaron tan públicamente, tan a menudo y con tanta transparencia, que transformaron el error en su principal mecanismo de evolución. La perfección es arqueología; el fracaso iterativo es la ingeniería del mañana.

Lucho Salazar

Dedicado a mi padre, Luis Salazar de la Hoz, enviado especial (a 8 años de su partida eterna).

Santiago de los Caballeros de Guatemala (hoy Antigua Guatemala), a 26 de noviembre de 2026 – 1700 kilómetros al noroccidente de Sincelejo, 50 años después.

martes, junio 03, 2025

La burbuja de la innovación predictiva: más allá del miedo al futuro

 

En 1997, un joven ingeniero de software, convencido de que podía transformar la experiencia del cliente en el sector del alquiler de películas, propuso una idea radical para la época: ofrecer un servicio de alquiler de videos por internet, con envío físico a domicilio. Blockbuster, el líder indiscutido del mercado, respondió bajo una lógica profundamente conservadora: "Muéstranos que ya funciona en otro lado". Esa exigencia de validación externa, ese miedo disfrazado de prudencia, fue su sentencia. Mientras Netflix abrazaba la exploración, Blockbuster quedaba atrapado en la explotación de su modelo, condenándose lentamente a la irrelevancia.

Este momento no es solo una anécdota corporativa del pasado. Me gusta contarla en mis charlas sobre experimentación e innovación porque es una advertencia viva que muchas organizaciones actuales siguen ignorando. El espejo del pasado refleja oportunidades perdidas por miedo al qué dirán, a la falta de precedentes o al deseo incontrolable de certezas.

El espejismo de la innovación sin riesgo

Hoy, a pesar de que los discursos empresariales están repletos de términos como disrupción, design thinking, agilidad, transformación digital y cultura de la innovación, en la práctica seguimos viendo decisiones que priorizan la predictibilidad sobre el potencial. Se pide a los equipos que imaginen lo inédito, pero bajo la condición de que haya antecedentes. Se alienta a crear lo que nadie ha hecho, pero solo si alguna empresa exitosa ya lo intentó antes. Esta paradoja nutre un fenómeno organizacional crónico: la burbuja de la innovación predictiva.

Esta burbuja es una cámara de aislamiento que impide el verdadero salto innovador porque se rehúsa a aceptar que el riesgo y la incertidumbre son parte esencial del ADN de lo nuevo. Representa una tensión epistemológica entre dos lógicas organizacionales: la de la exploración y la de la explotación. En breve, es el deseo corporativo de recorrer territorios desconocidos sin alejarse del mapa. Una contradicción que, cuando no se reconoce, lleva a las organizaciones a simular innovación sin realmente practicarla.

Es como pedirle a un chef que invente un plato completamente nuevo, inédito y memorable, pero solo si ese plato ya fue aprobado previamente por los críticos gastronómicos de París y Tokio. La analogía refleja de manera simple el abismo entre lo que se proclama en las salas de reuniones y lo que realmente se permite en la operación diaria.

El teatro de la innovación corporativa


Esta incoherencia se manifiesta cada día en los entornos de trabajo. A los equipos se les pide que piensen como startups, que actúen con agilidad, que adopten tecnologías emergentes, pero se les impone una planificación cerrada, con indicadores heredados del siglo pasado. Se promueve el lenguaje de la experimentación, pero se castiga el error. Se solicita innovar con inteligencia artificial generativa, realidad aumentada o modelos novedosos y, sin embargo, los primeros cuestionamientos que surgen en la sala son sobre el cumplimiento normativo, los casos de uso ya validados o la falta de referentes que justifiquen la inversión.

La innovación se practica, no se promete

La innovación verdadera no surge de la extrapolación del pasado. No es una proyección lineal de lo que ya funcionó. La innovación real emana de la capacidad de experimentar, de diseñar entornos controlados donde la incertidumbre se convierte en un insumo valioso. Innovar implica iterar, fallar, observar, adaptar. Implica abandonar el mito de la genialidad instantánea y reemplazarlo por el rigor del aprendizaje continuo. Requiere pasar de una cultura de control a una cultura de aprendizaje, en la que el error no se castiga, sino que se analiza y hasta se premia.

En este enfoque, los experimentos no se diseñan solo para confirmar una hipótesis, también para aprender de lo inesperado. La innovación, en su forma más pura, es una práctica de humildad cognitiva. Es el reconocimiento de que, para crear algo realmente nuevo, debemos aceptar no saber. Y esa aceptación es profundamente turbulenta en culturas organizacionales obsesionadas con el control.

Romper la burbuja: un imperativo estratégico

El futuro, por definición, no está escrito. No puede repetirse porque no ha ocurrido. Por eso no puede validarse con estadísticas del pasado. Debe descubrirse a través de procesos que admitan lo desconocido como condición. Romper la burbuja de la innovación predictiva no es solo recomendable: es indispensable para cualquier organización que aspire a mantenerse relevante en la próxima década.

Esto implica rediseñar los sistemas de gobernanza, repensar los criterios de inversión en proyectos, resignificar el papel del liderazgo y reentrenar a los equipos para operar en entornos donde el éxito no está garantizado, pero donde el aprendizaje está asegurado. Significa dejar de preguntarse "¿quién más lo hizo?" para comenzar a preguntarse "¿qué podríamos aprender si somos los primeros en intentarlo?"

Finalmente, la verdadera capacidad innovadora no reside solo en detectar la próxima gran idea, sino además en crear entornos estructurales, culturales y operativos que permitan que esas ideas emerjan, evolucionen y se validen rápidamente. El liderazgo del futuro no será el que controle más variables, sino el que habilite más posibilidades. La capacidad de innovar dependerá menos de tener la respuesta correcta y más de hacer las preguntas adecuadas en el momento correcto.

La innovación no se pronostica. Se practica. Se arriesga. Se encarna. Y solo quienes entiendan esto, estarán realmente preparados para inventar el futuro.

sábado, abril 12, 2025

¿El fin de la Ingeniería de Software como la conocemos?

🧠 ¿El fin de la Ingeniería de Software como la conocemos?


Hace unos días mi amigo Jorge Abad publicó en sus Lecciones Aprendidas un artículo premonitorio, se trata de su De lo complejo a lo simple: Cómo la IA está reinventando el desarrollo de software. En este, Jorge sostiene que la llegada de la inteligencia artificial ha transformado el proceso de desarrollo de software, llevando ciertas tareas de un entorno de alta complejidad –como era tradicionalmente– a un dominio en el que, gracias a la automatización, se puede hablar de mayor simplicidad. Invoca el marco de Cynefin, de Dave Snowden, para clasificar los problemas en simples, complicados, complejos o caóticos, y sugiere que, con la IA, el desarrollo se mueve hacia lo “simple” o al menos hacia lo “complicado” y predecible.

Pueden leer el artículo completo aquí:

Lecciones Aprendidas por Jorge Abad: De lo Complejo a lo Simple: Cómo la IA Está Reinventando el Desarrollo de Software

El artículo sirvió de base para una sesión de Castor sin filtro (del viernes 12 de abril de 2025) con Juan Andrés Ochoa y compañía, donde discutimos animadamente el asunto. Uno de mis puntos de debate fue otra presentación también de hace pocos días de Jan Bosch, director del Software Center, una colaboración estratégica financiada por socios entre más de 15 grandes empresas europeas (incluidas Ericsson, Volvo Cars, Volvo Trucks, Saab Defense, Scania, Siemens y Bosch) y cinco universidades centradas en la digitalización, que diera en The Future of Software Conference celebrada en Londres y donde expuso sus ideas sobre el estado actual y futuro de la ingeniería de software, destacando la rápida evolución de la ingeniería de software y del mundo en general.

Pueden ver la conferencia de Bosch en

The end of Software Engineering (as we know it) | Jan Bosch | Chalmers University of Technology

Pero antes de contarles en qué estoy de acuerdo con Bosch y en qué no, haré un resumen sucinto de su charla. Bosch contrasta el modelo tradicional de ingeniería de software —basado en requisitos, diseño, codificación y despliegue (que suena a cascada)— con una nueva dinámica donde los agentes de IA interpretan intenciones humanas, las traducen en requisitos, arquitecturas y código, reduciendo drásticamente el rol humano en la programación directa. Empresas como la alemana con la que Bosch trabajó ya han reemplazado desarrolladores por arquitectos de software que dirigen agentes de IA.

Bosch critica fuertemente la eficacia actual de la ingeniería de software. Con datos empíricos, aunque antiguos, afirma que entre el 50 % y 66 % de las funcionalidades desarrolladas nunca se usan, representando un despilfarro enorme. Esto era cierto hace más de dos décadas y una observación heurística nos puede mostrar que sigue siendo así o peor. Más grave aún: entre el 70 % y 90 % del presupuesto de I+D se destina a funcionalidades commodity que los clientes dan por sentadas. Bosch ilustra el problema con su modelo de tres capas: funcionalidad commodity, diferenciadora e innovadora. La mayor parte del esfuerzo se destina a la primera, con poco impacto en valor.

La causa central de esta ineficiencia, según Bosch, es la dependencia de "requisitos" en lugar de "resultados deseados". Propone una transición hacia un modelo basado en resultados cuantificables, donde cada funcionalidad se justifique por su impacto en KPI de negocio. Modelos como HYPEX y técnicas como el A/B testing permiten medir el impacto de pequeños incrementos funcionales antes de invertir completamente en ellos.

En paralelo, Bosch propone una madurez progresiva hacia organizaciones guiadas por IA. Describe cinco niveles: desde el uso puntual de herramientas como ChatGPT, pasando por la automatización de procesos, hasta organizaciones completamente rediseñadas con un enfoque "AI-first", donde agentes superan en productividad a equipos humanos enteros. En productos también se refleja esta transformación. Las etapas van desde el uso de IA como soporte, hasta productos completamente autónomos y autorregulados mediante aprendizaje por refuerzo.

Finalmente, concluye que la ingeniería de software actual es poco efectiva y necesita una reinvención radical. Reemplazar requisitos por resultados y adoptar la IA tanto en el producto como en el proceso de desarrollo son, para él, pasos imprescindibles. Más allá del entusiasmo técnico, Bosch hace un llamado a que ingenieros, Product Managers y líderes organizacionales asuman con responsabilidad esta transición urgente.

Puntos de acuerdo

1. El modelo tradicional está quedando atrás

Bosch argumenta que la cadena tradicional —donde se parte de los requisitos para llegar al despliegue— resulta insuficiente ante la velocidad y la incertidumbre del mercado actual.

Acuerdo: Es evidente que en muchos entornos, el enfoque lineal ya no permite responder de manera ágil a los cambios en los requerimientos del negocio ni a la complejidad de los sistemas modernos. De hecho, hace muchos años dejamos de hacerlo así en pro de un enfoque iterativo e incremental, de experimentación y prototipado rápido.

2. La revolución de la inteligencia artificial

La irrupción de herramientas y agentes inteligentes en el desarrollo de software abre la puerta a automatizar tareas que antes eran exclusivamente humanas.

Acuerdo: La utilización de LLM, agentes especializados y técnicas de aprendizaje por refuerzo ya está transformando la manera en la que concebimos el desarrollo, mejorando la eficiencia y permitiendo experimentar con nuevos modelos de negocio. En este sentido ver el artículo Experimentum Entre la eficiencia y el despojo: La inevitable mutación del desarrollo de software por la IA en el que analizo el más reciente reporte DORA sobre el impacto de la Gen AI en el desarrollo de software.

3. Desperdicio de funcionalidades

Según Bosch, una gran parte de las funcionalidades desarrolladas acaba siendo infrautilizada, lo que implica un desperdicio considerable de recursos.

Acuerdo: La realidad en muchas empresas respalda este punto: se invierte tiempo y dinero en features que, en última instancia, no aportan el valor esperado al cliente.

4. El cambio de requisitos a resultados

El enfoque en resultados de valor —o como les gusta a muchos: “outcomes”—, más allá de cumplir con un conjunto predefinido de requisitos, representa un cambio de paradigma fundamental.

Acuerdo: En un mundo donde la agilidad y la medición de impacto son esenciales, orientar el desarrollo hacia objetivos medibles permite alinear mejor las inversiones de I+D con los resultados de negocio.

5. La necesidad de una Ingeniería de Software madura

La transformación digital exige una mayor integración entre tecnología y negocio, elevando el rol de la ingeniería de software a un nivel estratégico.

Acuerdo: La apuesta por modelos iterativos, basados en la experimentación y en la medición de resultados clave, es una tendencia que ha demostrado su eficacia en empresas líderes.

Puntos de desacuerdo o matización

1. La desaparición del código humano

Bosch sugiere que pronto los agentes de IA podrían eliminar la necesidad de codificar manualmente.

Desacuerdo: Aunque la automatización avanza, los agentes aún carecen de un entendimiento profundo del contexto y las implicaciones éticas o sistémicas, por lo que el juicio humano sigue siendo crucial, especialmente en aplicaciones complejas y reguladas.

2. Transformación del rol del ingeniero

El discurso de Bosch tiende a minimizar el rol de los desarrolladores tradicionales.

Matización: Más que desaparecer, el rol del ingeniero se transformará. Los profesionales pasarán a actuar como orquestadores, validadores y supervisores de sistemas automatizados, aportando su criterio en áreas como la ética algorítmica y la experiencia de usuario.

3. Subestimación de los factores culturales y organizacionales

El cambio hacia modelos AI-first implica no solo una actualización tecnológica, sino también una revolución cultural en las empresas.

Desacuerdo: La resistencia al cambio y la necesidad de transformar estructuras organizativas son aspectos complejos que requieren una adaptación gradual y el compromiso de todos los niveles jerárquicos.

4. Enfoque exclusivamente económico

Medir el éxito de cada sprint en términos estrictamente económicos puede resultar reduccionista.

Matización: es muy importante cuantificar el retorno de inversión, pero también debemos tener en cuenta intangibles como la experiencia de usuario, la reducción de la deuda técnica y el aprendizaje continuo, que a largo plazo generan valor y competitividad.

5. Un discurso algo alarmista

La crítica a la “atrocidad” en la eficacia de la ingeniería actual puede resultar desalentadora para quienes trabajamos día a día en mejorar procesos y productos.

Desacuerdo: Aunque es vital reconocer las ineficiencias existentes, es igualmente necesario reconocer los avances que ya se han conseguido y fomentar una cultura de mejora continua, donde los retos se aborden de forma colaborativa y constructiva.

Mis conclusiones

Han pasado dos décadas desde que publiqué mis dos primeros libros Asuntos de la Ingeniería de Software Volumen I y Volumen II, pero tanto el artículo de Jorge, como la presentación de Bosch nos desafían a repensar la forma en que concebimos y practicamos la ingeniería de software. Sus propuestas, basadas en el aprovechamiento de la IA y en el enfoque en resultados, ofrecen una hoja de ruta para transformar radicalmente el sector. Sin embargo, la implementación de estos cambios debe considerar cuidadosamente la responsabilidad permanente del factor humano, la complejidad de las transformaciones culturales y la necesidad de una visión equilibrada que vaya más allá de los criterios económicos.

Comparto la urgencia de evolucionar hacia modelos más ágiles y eficientes, que resuelvan los problemas actuales y futuros de los usuarios (y clientes) y que solucionen de una vez por todas y para siempre los males del mundo, de lo contrario habremos fallado como humanidad; pero también reconozco que la innovación debe ir acompañada de un enfoque pragmático y humano, así que aún debemos afinar la integración de la IA en nuestra práctica diaria para convertirla en ese continuum que necesitamos y no solo reaccionar a los picos virales (“hype”) a los que nos tienen acostumbrados como este último de la “ghiblilización” o el anterior de DeepSeek.

Seguiré creyendo que el inminente final de la ingeniería de software tal como la conocemos no es un cierre, sino el amanecer de una era donde la perspicacia humana se fusionará con la inteligencia artificial: ya no escribiremos software, esculpiremos futuros, transformando lo imposible en nuestra nueva realidad digital. ¿Qué opinas? Déjamelo saber en el foro.

viernes, enero 28, 2022

No cometas los mismos errores

Imagen tomada de Pixabay
Esta simple e inocente expresión que quisiera complementar con: “habiendo tantos nuevos por hacer” (No cometas los mismos errores habiendo tantos nuevos por hacer), es uno de mis mantras ágiles, hace parte del pensamiento ágil y lean que conduce mi comportamiento personal y profesional.

Sé que, si lo digo así, de esta manera tan escueta, es difícil de entender, así que trataré de explicarlo en las siguientes mil palabras… o menos.

Casi todos los equipos y empresas que conozco juegan a “lo seguro”. Se mueven como pez en el agua en su zona más confortable, usando técnicas de gestión y de ejecución y herramientas que no los desafían a ir más allá de lo necesario. Se pasean por los pasillos de una cultura donde no florecen ideas novedosas, así que, a lo sumo, alcanzan a equivocarse con errores ampliamente conocidos y miden su éxito de mejora con la velocidad a la que resuelven esos impases.

Me viene a la mente esta reflexión de Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa de Estados Unidos: Hay cosas conocidas que sabemos; son cosas que sabemos que sabemos. Hay cosas conocidas que desconocemos; se trata de cosas que no sabemos que sabemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos.

Pues bien, estas empresas de las que hablo se agrupan en los dos primeros estados. Saben lo que saben, son hechos y son conscientes. Saben lo que no saben, saben que son cuestiones no respondidas, pero que tienen respuestas y están a su alcance. Incluso algunas no saben lo que saben, intuiciones; es lo que flota en algún limbo entre la consciencia e inconsciencia empresarial y que en algún instante se hará evidente. Todas estas organizaciones tampoco están conscientes de que la velocidad de cambio en su entorno es vertiginosa, mucho mayor que la velocidad de cambio en su interior. Y esta dolencia es sinónimo de extinción.

Entra la cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Entonces, ¿cómo ir más allá? ¿Cómo provocar esa sacudida en el pensamiento de los líderes actuales? ¿Cómo ir a ese terreno inexplorado que supone lo que no sabemos que no sabemos? Los practicantes ágiles hemos encontrado una respuesta a estas preguntas: interiorizar, practicar y promover una cultura de experimentación.

Esencialmente, una cultura de experimentación implica implementar nuevas ideas o soluciones en la empresa, sin restringirlo solo a ciertas áreas.  Hago énfasis en lo de “restringirlo” porque hoy por hoy, los así llamados y recién instaurados laboratorios de innovación o centros de experimentación se están convirtiendo en una isla más en la organización. Un lugar, físico o virtual, al que solo ingresan algunos “privilegiados” de la empresa en tiempos de cambio.

La experimentación debe adoptarse en toda la empresa y los líderes junto con la alta dirección deben tener una mentalidad que promulgue e incentive la búsqueda de ideas en todas las personas que hacen parte del entorno corporativo. Es un hecho, las buenas organizaciones tienen personas y equipos con una fuerte convicción sobre el logro de objetivos y ejecutan iniciativas de una manera equilibrada; pero una organización virtuosa agrega la dimensión de una cultura de experimentación consistente.

Como siempre, la falla es un imperativo, es una condición sine qua non una cultura de experimentación se establece y arraiga en la empresa. Sin experimentar y errar en algunas acciones, iniciativas, incluso proyectos, no será posible encontrar las mejores ideas que posibiliten dar nuevos, grandes y concretos saltos a la organización, para entrar otra vez en el mercado ampliamente volátil y competitivo actual.

Una cultura de experimentación reta el statu quo organizacional y, a no ser que las empresas aprendan a desafiar sus formas actuales de pensar, no podrán sobrevivir. Perentorio.

La experimentación es dolorosa al comienzo. Saber que la mitad o más de nuestras hipótesis fallarán, no es algo que aliente a muchos en la empresa, mucho menos a la alta dirección. Pero es un paso necesario en la evolución corporativa hacia dejar una huella más profunda en los clientes y consumidores y hacia el logro de ese propósito superior que toda organización virtuosa ambiciona hoy. Aumentar el número de experimentos por unidad de tiempo, a lo Jeff Bezos, es una manera de salirle al paso a este dolor. Y es que las empresas exitosas prueban muchas ideas cada día, cada semana.

Cómo empezar a adoptar una cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Estamos hablado de cultura. No cambiamos la cultura de un equipo, mucho menos de una organización en poco tiempo. Es una tarea titánica. De hecho, intentar cambiar la cultura organizacional es algo que raya en lo imposible. Lo que hacemos es apropiarnos de, empezar a practicar y a incentivar comportamientos inéditos, originales, que a la postre den como resultado el cambio cultural que queremos. De manera paralela, desincentivamos poco a poco comportamientos que nos hagan arraigar en la cultura actual.

Para este caso en particular, algunos comportamientos siembran la semilla de la experimentación en la empresa:

Invita a todos en la organización, incluso en el ecosistema empresarial. La experimentación la hacemos las personas y es para las personas. La gran mayoría de laboratorios de innovación que he visto son un ejemplo de lo que no debe ocurrir. Apenas si alcanzan a ser una bodega más en las selvas corporativas de la actualidad. La inteligencia colectiva y la diversidad de perspectivas son algunas de las mejores formas de enfrentar los escenarios complejos inherentes al trabajo que hacemos día a día; y se constituyen en pilares esenciales de la generación de nuevas ideas a probar.

Fomenta nuevas iniciativas por doquier. Grita a los cuatros vientos, hasta los extramuros de la empresa, que estamos bajo un manto seguro para fallar. Algo así como el manto de la invisibilidad de Harry Potter, una reliquia de la experimentación y la alquimia. Incentiva el nacimiento de hipótesis, premia los experimentos realizados, sin importar el resultado, siempre que haya aprendizaje para el equipo y la organización.

Motiva a las personas a mantenerse hambrientas, al menor estilo de Steve Jobs y su ya muy famoso y recordado “Mantente hambriento, mantente alocado”. Si empiezas a institucionalizar muy rápido estarás erigiendo paredes infranqueables para una cultura de experimentación. Es una vía rápida a la cultura del “siempre lo hemos hecho así”. Y de allí, al estancamiento solo hay unos pequeños pasos. Es definitivo, erradica todos los “talla única” de tu empresa; es decir, un único proceso para todo, una única forma de hacer las cosas, una sola práctica para todo, etcétera.

¿Ves que todavía hay mucho espacio para cometer errores? El trabajo es cuesta arriba, pero vale la pena escalar la montaña. Casi siempre la vista desde arriba es fantástica.

¿Y tú, qué estás haciendo para impregnar una cultura de experimentación en tu equipo y en tu empresa? Por favor, déjamelo saber en el foro.

sábado, diciembre 01, 2018

Las mejores o buenas prácticas ágiles no existen


¡Las peores o malas tampoco!
Veamos la historia de cómo es esto.
Hace quince años escribía un artículo que dio pie a mi primer libro Asuntos de la Ingeniería de Software (clic aquí), se trata de las muy comentadas hace un par de décadas: Seis Mejores Prácticas (clic aquí), las mismas que promulgaba el Proceso Unificado (UP o RUP, dependiendo de la edición que hayamos usado de la metodología - clic aquí).
Lo nuestro ahora son los experimentos, usamos lineamientos “tipo Scrum” basados en la teoría del control empírico de procesos, planteamos hipótesis y las probamos en períodos muy cortos de tiempo, tratando de aumentar el número de experimentos por unidad de tiempo. De esta manera, si fallamos, lo hacemos rápido y barato; pero si tenemos éxito, entregamos valor igual de rápido y de barato.
De esta forma, toda práctica, toda idea es bienvenida. El hecho de que una práctica no le funcione a un equipo o a una organización no quiere decir que no le servirá a otro equipo o a otra organización, incluso entre equipos de la misma empresa esto puede suceder. Los escenarios y las variables del entorno son diversos, es por ello que dejamos atrás las recetas predefinidas tipo RUP, CMMi y similares. Pero el sentido inverso de esta afirmación también se cumple: el que funcione en un contexto no es garantía de que una práctica funcione en otro.
Hoy por hoy aprendemos por experimentación, descubrimos por experimentación (por ejemplo, descubrimos el software que escribimos), innovamos por experimentación, diseñamos por experimentación, cambiamos por experimentación. En este apartado quiero referirme precisamente a lo que Jason Little llama Gestión Lean del Cambio (clic aquí).
 Gestión Lean del Cambio
Un modelo no lineal, basado en la retroalimentación, para gestionar el cambio
Algo que nos ocurre muy seguido es que fallamos al tratar de identificar el problema correcto a resolver, lo que confluye en la insalubre generación de desperdicio. Toda práctica que nos posibilite el evitar esa falla se convierte en una sinfonía para nuestros oídos.  Los experimentos nos ayudan a reconocer a gran velocidad si el problema que tenemos entre manos es el oportuno, es el que debemos resolver a continuación.
De hecho, los experimentos están en el corazón de la innovación. También, las mejoras incrementales a los productos y servicios que desarrollamos requieren que hagamos experimentación continua. Para todo esto es necesario:
  • Trabajar en equipo: el trabajo colaborativo, en equipo, la inteligencia colectiva es lo que permite el éxito. El ejercicio de la colaboración siempre está en la cima de mis prioridades.

  • Simplicidad: no se trata solo de no generar desperdicio, sino también de refinar el problema, dividirlo en problemas cada vez más pequeños.

  • Dar un paso a la vez: no tratemos de experimentar con todo y de todo de una sola vez. Esto casi siempre es un camino al abismo. Lo que quizás sí podemos hacer es realizar varios experimentos al tiempo. ¡Funciona para mí!

  • Obtener conocimiento pronto y con frecuencia: hay que recorrer rápidamente todo el camino. El objetivo son los consumidores finales, no grupos controlados de clientes o usuarios.  Los MVP funcionan pero no todos pueden quedarse en el laboratorio.

  • Estar preparados para fallar y aceptarlo: nos va a ocurrir. ¡Me ha ocurrido! Simplemente levántate mañana con más energía, con una gran sonrisa y con una nueva idea. En esto de la agilidad siempre sale el Sol, radiante, así que vuelve a invitar a tus amigos e inicia un nuevo experimento.

  • Cerciorarse de que tu organización considere la seguridad como un prerrequisito valioso (agilidad moderna – clic aquí – donde, de hecho, experimentar y aprender rápidamente es otro principio).
 Agilidad Moderna

De todo esto he logrado:
  • Ahorrar dinero: tanto para mí como para las organizaciones para las cuales he trabajado y no hablo solo de mis empleadores, sino de los clientes también.

  • Fallar de forma positiva: y también a evitar que se produzcan fallas más significativas que produzcan resultados desastrosos, grandes pérdidas de tiempo, dinero, oportunidad, marca y hasta de felicidad de todos los comprometidos.

  • Desarrollar mejores productos y servicios: o ayudar a diseñarlos, descubrirlos y ponerlos en funcionamiento, al servicio de miles o de millones de personas.

  • Aprender más y más rápido: la experimentación nos permite estar más informados y tomar mejores decisiones sobre nuestras ideas y proyectos. Muchas cosas parecen de sentido común, pero he aprendido que el sentido común muchas veces no es la práctica común.

  • ¡Ser más feliz!

Y esta es la historia del porqué no existen las buenas, mejores, malas o peores prácticas en agilidad.
Por ello, la próxima vez que alguien te diga (incluso a veces levantándote la voz) que algo no se puede hacer bajo el manto de la agilidad o al usar Scrum o algún otro marco de trabajo ágil, indaga primero los hechos, los datos que dieron origen a tal aserción. O no lo hagas del todo. Simplemente realiza tu propio experimento y déjanos saber de los resultados. 

domingo, abril 01, 2018

Apuntes sobre transformaciones ágiles: la cultura organizacional y otros condimentos del cambio

4 estacions cicles arbre, por Espai Satvas

(Tiempo aproximado de lectura: 7 minutos, 15 segundos)
“Uno de los principales problemas con las Transformaciones Ágiles es que nosotros, las personas que hacemos estas transformaciones, no estamos realmente cambiando nuestros valores, nuestros corazones. Queremos practicar la Agilidad sin cambiar nosotros mismos. Eso nos impide hacer y liderar la Agilidad”. (Junio 7 de 2017)
Mike Beedle. En su honor…

El marco de trabajo Scrum y mucho menos el pensamiento Ágil o la Agilidad se venden en cajas o se prescriben como recetas en clínicas de coaching.
De allá venimos, de las propuestas de marcos metodológicos “mágicos” que, según sus promotores, funcionaban en cualquier lugar del universo, aun en una galaxia muy muy lejana, sin importar los escenarios locales, la idiosincrasia, la cultura organizacional o las personas involucradas.
Hoy por hoy las áreas de TI y las organizaciones en general saben que necesitan un cambio en su forma de trabajo y han escuchado poco o mucho del enfoque Ágil, este se ha vuelto un objeto del deseo, uno oscuro, pero no están dispuestas a generar el entorno que se requiere para cambiar. ¡Quieren empezar a jugar Rugby pero con las reglas del Fútbol!
El pensamiento Ágil es como un caleidoscopio para las personas, los equipos y las organizaciones del tercer milenio. Debido a la enorme cantidad de factores y al cambio continuado de contexto, dadas la volatilidad y la incertidumbre inherentes a las empresas actuales, una leve vibración del caleidoscopio genera una forma muy diferente a la anterior.
En cualquier caso, una imagen (modelo) apropiada para una organización puede no ser la correcta para otra, aun entre áreas de la misma empresa la estrategia y las tácticas pueden llegar a ser muy distintas. Cuánta agilidad necesita cada quien es una cuestión muy subjetiva que debe abordarse a nivel local.
La agilidad es la capacidad de evolución de las personas y de las compañías. Aquellas y estas deben estar conscientes de que, al igual que la evolución, el viaje de Agilidad no tiene un destino final, es un desplazamiento continuo, un éxodo perenne si así lo queremos ver.
Lo advertía hace siglos Nicolás Maquiavelo: nada más difícil de emprender ni más peligroso de conducir que tomar la iniciativa en la introducción de un nuevo orden de cosas, porque la innovación tropieza con la hostilidad de todos aquellos a quienes les sonrió la situación anterior y solo encuentra tibios defensores en quienes esperan beneficios de la nueva.
Es muy difícil que una persona cambie sus hábitos y mucho más complejo puede resultar si quiere cambiar su forma de pensar. Ni hablar entonces de lo caótico que puede resultar hacer esto para todo un equipo, por pequeño que este sea, y más aún para una organización entera.

Además, nuestro cerebro es muy bueno esgrimiendo argumentos de por qué no salir de su zona cómoda. El “siempre lo hemos hecho así” y otras razones corporativas para no cambiar.
Las organizaciones del siglo XXI quieren mejorar pero no quieren cambiar. Se mantienen en un estado de inmovilidad colmado de voluntades de cambio fingidas. A lo largo de mis años como agente de cambio me he encontrado con entidades cuyo propósito de renovación es simplemente un disfraz con el que ocultan su ánimo de permanecer estáticas en el tiempo. Lo que no saben estas compañías es que de no cambiar se exponen a su desaparición o al trágico rezago del que difícilmente podrán volver.
Para ninguno de nosotros es desconocido que la visión de la mayoría de las empresas es obsoleta en este siglo que apenas comienza. Las evidencias abundan: Blackberry, Xerox, Kodak, Nokia y Blockbuster, solo para mencionar algunas cercanas a nuestro sector. En general, el 88% de las compañías Fortune 500 de 1955 habían desaparecido de la lista o de la faz de la Tierra en 2014 (ver referencia). Lo que no están dispuestas a hacer estas corporaciones o no quieren hacer o simplemente no saben cómo, es cambiar su forma actual de trabajar, sus procesos y procedimientos. Por ejemplo, quieren medir el progreso de los cambios como miden sus proyectos tradicionales.
En general, este tipo de empresas no está interesado en sacrificar su “modus vivendi”. Las personas que pone a conducir la iniciativa de cambio no están allí exclusivamente para ello. Lo que ocurre casi siempre es que les asignan trabajo adicional al que ya realizan. Son personas que inician su nueva labor desmotivadas y cansadas, muchas veces sin entender del todo lo que está por suceder.
Lo que sí sabemos los agentes de cambio es que al iniciar una transformación no podemos ir contra ese “statu quo” de manera frontal o “guerrerista” como anuncian algunos, tratando de cambiar todo de una buena vez. Esto es así porque en un entorno complejo, altamente volátil y vulnerable, incierto y ambiguo, como el que rodea a las empresas hoy, no sabremos qué acciones conducirán al resultado deseado.
Primero tenemos que conocer la cultura organizacional, hacernos a una percepción de las personas, los escenarios, los equipos, su forma de trabajo vigente y una vez adentro iniciar la transformación de manera natural u orgánica, en pequeños pasos, sin violentar las estructuras o procedimientos actuales pero con paso firme y con determinación.
Curva de adopción/innovación de Rogers
Esta será útil para dispersar aquellas conductas que, inevitablemente, seguirán exhibiéndose hostiles incluso cuando el cambio se encuentre en un estado avanzado, esos comportamientos de los grupos de la mayoría tardía y de los rezagados identificados por nuestro amigo Everett Rogers en su muy referenciada curva de adopción/innovación.
Otra cosa que ocurre es que nuestras organizaciones están sobrecargadas de gestión y de gerentes en todos los niveles y siguen sin desarrollar su capacidad de ejercitar el liderazgo de sus miembros. Recordemos que los líderes de hoy son todas las personas que puedan transformar su contexto o generar nuevos y mejores espacios para los demás y cuya confianza, eficiencia y alcance combinados sirvan de base para la cultura de la organización.
Y bueno, mientras preparo más apuntes, cuéntanos amigo lector, sobre tus vicisitudes y rendimientos durante el proceso de cambio en el que estás comprometido. Puedes dejar tus propios apuntes en el foro, más abajo.
Coletilla de los apuntes:
Cada quien debe encontrar su significado de Valor y de Temprano y de Frecuente, para aquello de “entrega temprana y frecuente de valor”.
Lucho Salazar, Ciudad de los Reyes, marzo 30 de 2018
Referencias
http://www.aei.org/publication/fortune-500-firms-in-1955-vs-2014-89-are-gone-and-were-all-better-off-because-of-that-dynamic-creative-destruction/
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Parte 2 de los apuntes:
La segunda parte de esta serie de apuntes está en:
http://www.gazafatonarioit.com/2018/07/apuntes-sobre-transformaciones-agiles.html

Puedes descargar la presentación complementaria del siguiente enlace: