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martes, mayo 24, 2022

Monólogo de la Product Owner viendo llover en la organización*

 

El invierno de la agilidad se precipitó un martes al finalizar la reunión diaria. El día anterior había sido sofocante por las continuas solicitudes sin pies ni cabeza de la aún establecida oficina de proyectos o PMO. Pero aún en la mañana del martes no se pensaba que pudieran llover los improperios propios de grupos y seudoequipos de una empresa ámbar, más que de una que se preciaba de estar recorriendo ya el camino ágil hacia convertirse es una corporación verde y luego Teal.

Después de la reunión diaria y antes de que los miembros de los equipos tuvieran tiempo de ir por el café de la mañana, sopló un viento espeso y oscuro en forma de correo electrónico, el mismo que apenas tardó segundos en convertirse en un mensaje viral de chat que barrió en una amplia vuelta redonda los acuerdos y planes que se acababan de concertar para ese día. Alguien dijo junto a mí: “Son los vestigios de la gestión tradicional”. Y yo lo sabía desde antes. Desde antes de empezar la reunión y me sentí estremecida por la viscosa sensación en mi mente.

Los miembros de los equipos corrieron hacia los escritorios más próximos con una mano en la cabeza y los ojos arrugados, como tratando de protegerse de las noticias contradictorias y la polvareda de impedimentos que iban a encontrar en el detalle del correo. El techo de la oficina se cubrió como de una sustancia roja, que nos hizo recordar las épocas en la que los así llamados “líderes” demostraban su poder mediante el uso de la violencia y el acoso laboral, un retroceso abismal de esa utopía que suponía el pensamiento ágil y lean de poner foco en el bienestar de los empleados y la autogestión.

Durante el resto de la mañana, mi Scrum Master y yo estuvimos sentadas junto a mi escritorio, preocupadas por la revitalización de las prácticas de gestión antiguas debido al poco éxito que estaba teniendo la iniciativa de transformación ágil en la organización. Habían sido siete meses de primavera intensa, pero el polvo abrasante de la austeridad había vuelto junto al infame tren de las 2 de la tarde, lleno de los preceptos que habíamos abandonado cuando emprendimos el proceso de cambio cultural.

Entonces rebobiné mis recuerdos. ¿Por qué estábamos fracasando? ¿Por qué nos habíamos estancado ante la vegetación ámbar donde se llegaba a la cúspide empresarial por antigüedad y no habíamos logrado llegar a ese punto donde el empoderamiento estuviera en todos y cada uno de los miembros de la organización? Reviví una conferencia donde mi Scrum Master le preguntó al Agile Coach de turno que “cómo lidiaba con un PO con ínfulas de PM” y de otro Scrum Master que se sumó a la conversación para indagar sobre “qué hacer con un PO que habían nombrado a dedo y de manera inesperada”.

Vivifiqué mis pensamientos de entonces. Quise pensar que mi Scrum Master dijo “lidiar” solo como una forma de decir que quería mejorar su relación con el PO, conmigo, o con cualquier otro. Estaba segura de que lo primero en lo que debería pensar es en que no somos “sujetos de lidia”, como los toros, ni más faltaba. Tampoco se lidia con ninguna otra persona del equipo ni de la organización. Lidiar es un término despectivo que no ayuda a la relación. Al PO, aún con delirios de PM, lo acompañas, le facilitas su vida como PO, lo ayudas en la transición. Paso a paso. Despacio. Con paciencia. Sin importar como haya llegado al equipo. A propósito, casi siempre un PO llega al equipo como dijo el otro Scrum Master: nos ponen allí. El viernes a las 7 de la noche me dijeron que, a partir del siguiente lunes, además de lo que ya hacía, ahora iba a ser PO. Nada raro en una empresa de ambiente rojo, que tuvo su origen en las comunidades más primitivas y que se basaba en la existencia de un líder todo poderoso que ejercía su autoridad a través del miedo.

Tampoco se trataba simplemente de explicarme una sola vez cuales eran mis responsabilidades como Product Owner, o cuales eran las distinciones del enfoque ágil respecto al enfoque tradicional que veníamos abrazando desde siempre, ni de decirme que tome un curso de esto o de lo otro. Es un proceso. Es un camino realmente. En estas situaciones es donde el coaching y la mentoría entran a jugar un papel muy importante, es donde las conversaciones conscientes se vuelven el instrumento principal de mejora. Para mejorar la comunicación conmigo como PO, haciéndome pedidos efectivos, asegurándote de brindarme todo lo que necesito para que cumpla con mis compromisos, pero un paso a la vez.

Tienen que saber, estimados Scrum Masters, que el cambio es algo difícil, es el síndrome del “siempre lo hemos hecho así”. El temor a la falla. Es algo natural. Por ejemplo, enséñame que es distinto “fracasar” que “cometer errores” y que de ambas situaciones puedo aprender. Enséñame a experimentar como PO, a hacer planes es un contexto empírico. En los entornos tradicionales eso es algo que desconocíamos. Enséñame distintas maneras de expresar historias de usuario, entre otras, usando Hypothesis-Driven Development, por aquello de los experimentos. Las posibilidades son muchas, por no decir que infinitas.

Como siempre, el equipo en pleno debe estar comprometido en la gesta. Si el equipo no entrega valor, no produce al menos parte de los resultados que quiero como Product Owner, muy poco o nada de lo anterior nos va a servir. Y una vez más, con paciencia, el cambio de mentalidad no va a suceder pronto. Aún los PO con mentalidad de emprendedores tenemos miedo alguna vez o muchas veces.

No sé cuánto tiempo estuve hundida en aquel sonambulismo en que los sentidos perdieron su valor. Solo sé que después de muchas horas incontables oí una voz en el cubículo vecino. Era una voz fatigada, propia de las personas que han vivido bajo una cultura de sacrificio laboral y andando “millas extras” por doquier, como si el permanecer en la oficina produjera resultados de valor. Era una voz casi de persona convaleciente. Una voz que decía: “Ahora tendremos una retrospectiva”. Esa voz tenía razón, las últimas retrospectivas no habían servido de mucho, ¿por qué esta habría de ser distinta?

Solo entonces me di cuenta de que había llegado la cita a la reunión y de que en torno a nosotros se extendía un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda, un estado imperfecto que debía ser muy parecido a la muerte laboral.


* El título y algunos apartes del artículo están basados en el cuento “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, de Gabriel García Márquez.


Crédito de la foto de la portada: Foto de Zinkevych en iStockPhoto https://www.istockphoto.com/es/portfolio/Zinkevych?mediatype=photography

viernes, enero 28, 2022

No cometas los mismos errores

Imagen tomada de Pixabay
Esta simple e inocente expresión que quisiera complementar con: “habiendo tantos nuevos por hacer” (No cometas los mismos errores habiendo tantos nuevos por hacer), es uno de mis mantras ágiles, hace parte del pensamiento ágil y lean que conduce mi comportamiento personal y profesional.

Sé que, si lo digo así, de esta manera tan escueta, es difícil de entender, así que trataré de explicarlo en las siguientes mil palabras… o menos.

Casi todos los equipos y empresas que conozco juegan a “lo seguro”. Se mueven como pez en el agua en su zona más confortable, usando técnicas de gestión y de ejecución y herramientas que no los desafían a ir más allá de lo necesario. Se pasean por los pasillos de una cultura donde no florecen ideas novedosas, así que, a lo sumo, alcanzan a equivocarse con errores ampliamente conocidos y miden su éxito de mejora con la velocidad a la que resuelven esos impases.

Me viene a la mente esta reflexión de Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa de Estados Unidos: Hay cosas conocidas que sabemos; son cosas que sabemos que sabemos. Hay cosas conocidas que desconocemos; se trata de cosas que no sabemos que sabemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos.

Pues bien, estas empresas de las que hablo se agrupan en los dos primeros estados. Saben lo que saben, son hechos y son conscientes. Saben lo que no saben, saben que son cuestiones no respondidas, pero que tienen respuestas y están a su alcance. Incluso algunas no saben lo que saben, intuiciones; es lo que flota en algún limbo entre la consciencia e inconsciencia empresarial y que en algún instante se hará evidente. Todas estas organizaciones tampoco están conscientes de que la velocidad de cambio en su entorno es vertiginosa, mucho mayor que la velocidad de cambio en su interior. Y esta dolencia es sinónimo de extinción.

Entra la cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Entonces, ¿cómo ir más allá? ¿Cómo provocar esa sacudida en el pensamiento de los líderes actuales? ¿Cómo ir a ese terreno inexplorado que supone lo que no sabemos que no sabemos? Los practicantes ágiles hemos encontrado una respuesta a estas preguntas: interiorizar, practicar y promover una cultura de experimentación.

Esencialmente, una cultura de experimentación implica implementar nuevas ideas o soluciones en la empresa, sin restringirlo solo a ciertas áreas.  Hago énfasis en lo de “restringirlo” porque hoy por hoy, los así llamados y recién instaurados laboratorios de innovación o centros de experimentación se están convirtiendo en una isla más en la organización. Un lugar, físico o virtual, al que solo ingresan algunos “privilegiados” de la empresa en tiempos de cambio.

La experimentación debe adoptarse en toda la empresa y los líderes junto con la alta dirección deben tener una mentalidad que promulgue e incentive la búsqueda de ideas en todas las personas que hacen parte del entorno corporativo. Es un hecho, las buenas organizaciones tienen personas y equipos con una fuerte convicción sobre el logro de objetivos y ejecutan iniciativas de una manera equilibrada; pero una organización virtuosa agrega la dimensión de una cultura de experimentación consistente.

Como siempre, la falla es un imperativo, es una condición sine qua non una cultura de experimentación se establece y arraiga en la empresa. Sin experimentar y errar en algunas acciones, iniciativas, incluso proyectos, no será posible encontrar las mejores ideas que posibiliten dar nuevos, grandes y concretos saltos a la organización, para entrar otra vez en el mercado ampliamente volátil y competitivo actual.

Una cultura de experimentación reta el statu quo organizacional y, a no ser que las empresas aprendan a desafiar sus formas actuales de pensar, no podrán sobrevivir. Perentorio.

La experimentación es dolorosa al comienzo. Saber que la mitad o más de nuestras hipótesis fallarán, no es algo que aliente a muchos en la empresa, mucho menos a la alta dirección. Pero es un paso necesario en la evolución corporativa hacia dejar una huella más profunda en los clientes y consumidores y hacia el logro de ese propósito superior que toda organización virtuosa ambiciona hoy. Aumentar el número de experimentos por unidad de tiempo, a lo Jeff Bezos, es una manera de salirle al paso a este dolor. Y es que las empresas exitosas prueban muchas ideas cada día, cada semana.

Cómo empezar a adoptar una cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Estamos hablado de cultura. No cambiamos la cultura de un equipo, mucho menos de una organización en poco tiempo. Es una tarea titánica. De hecho, intentar cambiar la cultura organizacional es algo que raya en lo imposible. Lo que hacemos es apropiarnos de, empezar a practicar y a incentivar comportamientos inéditos, originales, que a la postre den como resultado el cambio cultural que queremos. De manera paralela, desincentivamos poco a poco comportamientos que nos hagan arraigar en la cultura actual.

Para este caso en particular, algunos comportamientos siembran la semilla de la experimentación en la empresa:

Invita a todos en la organización, incluso en el ecosistema empresarial. La experimentación la hacemos las personas y es para las personas. La gran mayoría de laboratorios de innovación que he visto son un ejemplo de lo que no debe ocurrir. Apenas si alcanzan a ser una bodega más en las selvas corporativas de la actualidad. La inteligencia colectiva y la diversidad de perspectivas son algunas de las mejores formas de enfrentar los escenarios complejos inherentes al trabajo que hacemos día a día; y se constituyen en pilares esenciales de la generación de nuevas ideas a probar.

Fomenta nuevas iniciativas por doquier. Grita a los cuatros vientos, hasta los extramuros de la empresa, que estamos bajo un manto seguro para fallar. Algo así como el manto de la invisibilidad de Harry Potter, una reliquia de la experimentación y la alquimia. Incentiva el nacimiento de hipótesis, premia los experimentos realizados, sin importar el resultado, siempre que haya aprendizaje para el equipo y la organización.

Motiva a las personas a mantenerse hambrientas, al menor estilo de Steve Jobs y su ya muy famoso y recordado “Mantente hambriento, mantente alocado”. Si empiezas a institucionalizar muy rápido estarás erigiendo paredes infranqueables para una cultura de experimentación. Es una vía rápida a la cultura del “siempre lo hemos hecho así”. Y de allí, al estancamiento solo hay unos pequeños pasos. Es definitivo, erradica todos los “talla única” de tu empresa; es decir, un único proceso para todo, una única forma de hacer las cosas, una sola práctica para todo, etcétera.

¿Ves que todavía hay mucho espacio para cometer errores? El trabajo es cuesta arriba, pero vale la pena escalar la montaña. Casi siempre la vista desde arriba es fantástica.

¿Y tú, qué estás haciendo para impregnar una cultura de experimentación en tu equipo y en tu empresa? Por favor, déjamelo saber en el foro.