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jueves, noviembre 27, 2025

Mientras tu robot se desploma, tu competencia está aprendiendo a caer mejor

 

Este artículo se iba a llamar “El arte olvidado de fracasar en público”. Me pasó por primera vez a mis 8 años, frente a un grupo amplio de padres de familia de la escuela donde estudiaba entonces, muchos de corte intelectual, periodistas, escritores, librepensadores, come libros, maestros de escuela, con todo lo que eso significaba en los años 70; y de todos mis compañeros de clase. Era mi segunda “conferencia” de las miles que he facilitado hasta esta semana. Me equivoqué en algo, no supe manejarlo (¡tenía 8 años!) y comencé a llorar delante de todos. Mi padre, que evitaba mostrar en mi presencia lo orgulloso que estaba de su hijo, caminó hasta la tarima e hizo lo mejor que pudo para calmar mi angustia, me sacó de allí y me llevó a casa donde me escondí para siempre.

Pero entonces quise ser agresivamente más competitivo y “confrontacional”. Hablarles directamente a los líderes en las empresas, a raíz de un ejercicio que he estado haciendo esta semana en un banco de Centroamérica. Entonces cambié las cosas desde el comienzo, desde el mismo título. Sé que el "tu" lo hará personal o, al menos, es lo que quiero. Y la frase "caer mejor" parecerá contradictoria, pero espero que genere curiosidad inmediata. En breve, lo que quise con este cambio fue posicionar el fracaso como una habilidad que se puede perfeccionar… ¡Y dice así con entonado acento!

Hace unos días, el robot humanoide ruso AIdol hizo su debut con toda la pompa que se esperaría de una presentación tecnológica de esta magnitud: música de la película Rocky, asistentes bien vestidos y cámaras listas para capturar el momento histórico. Ver video. Lo que capturaron, en cambio, fue algo mucho más revelador: el robot avanzó unos pasos, levantó el brazo para saludar y se desplomó de bruces contra el piso del escenario. Segundos después, dos personas corrieron a cubrirlo con cortinas negras mientras piezas del robot quedaban esparcidas a la vista de todos.


Chiste obligatorio: AIdol definitivamente entendió mal la expresión "romper el hielo" en una presentación.

Pero lo que ocurrió después de la caída es lo que realmente merece mi atención, y la de ustedes. No fue la falla técnica en sí, eso le pasa hasta al mejor, sino la respuesta instintiva y casi coreografiada del equipo: tapar, ocultar, minimizar. Cortinas negras sobre el desastre. Explicaciones rápidas sobre "problemas de calibración" y "fase de pruebas". Una maniobra de relaciones públicas ejecutada con la sutileza de quien intenta esconder un elefante detrás de una maceta de bonsái Shito.

Pienso que aquí está el problema: esto no es exclusivo de una empresa rusa, ni de la robótica, ni siquiera de la tecnología. Es el modus operandi corporativo global del siglo XXI.

La cultura del tapete

Las empresas de hoy, desde gigantes tecnológicos hasta startups con nombres imposibles de pronunciar, han perfeccionado el arte de barrer la basura bajo el tapete. Apple lanza un producto con fallas de diseño evidentes y te vende el siguiente modelo como si el anterior nunca hubiera existido. Microsoft implementa actualizaciones que rompen sistemas enteros y lo llama "experiencia de usuario mejorada". Google descontinúa productos que millones de personas usaban sin siquiera pestañear. Y OpenAI... bueno, OpenAI tiene sus propios esqueletos en el armario de la ética de la IA. Yo mismo he fallado a lo grande, no en charlas como esa a los 8 años, sino en lanzamientos muy anticipados en algunas de las organizaciones a las que he tenido la oportunidad de servir en las últimas cuatro décadas.

El patrón es siempre el mismo: cuando algo sale mal, la primera reacción no es transparencia sino control de daños. No queremos que la junta directiva se entere. No queremos que los inversionistas huyan. No queremos que los usuarios pierdan la fe. Y, sobre todo, no queremos admitir públicamente que nos equivocamos, porque eso sería como confesar debilidad en un ecosistema donde solo los "disruptivos" y los "resilientes" sobreviven.

Hay algo roto en esta lógica: al ocultar el error, también ocultamos la oportunidad de aprender de él.

Soluciones de maquillaje

Lo que sucede después del encubrimiento inicial es aún peor. Las empresas implementan lo que yo llamo "soluciones de maquillaje": parches superficiales que dan la ilusión de que se tomó acción, pero que en realidad no resuelven nada estructural. Es como poner cinta adhesiva en un motor que está a punto de explotar y declarar victoria.

¿Por qué? Porque hacer las cosas bien es caro. Ir a la causa raíz significa admitir que el problema es más profundo de lo que queremos reconocer. Significa detener operaciones, revisar procesos completos, tal vez incluso reconocer que el producto o servicio nunca debió salir al mercado en ese estado. Significa tiempo, dinero y, lo más doloroso de todo, humildad pública.

Entonces optamos por el camino fácil: un comunicado de prensa bien redactado, un ingeniero sacrificado como chivo expiatorio, he sido yo, y seguir adelante como si nada. Después de todo, el ciclo de noticias es corto y la memoria colectiva, más corta aún. Bien sabré yo de eso por el entorno en el que crecí.

El miedo a la transparencia

Existe un miedo casi patológico en el mundo corporativo a la transparencia radical. Las empresas temen que, si muestran sus fallas, los competidores las aprovecharán. Que, si admiten errores, los clientes huirán. Que, si son honestas sobre sus limitaciones, nadie querrá invertir en ellas.

Pero la realidad es todo lo contrario.

Las empresas que triunfan a largo plazo son aquellas que han aprendido a fracasar en público con dignidad. Que documentan sus errores. Que publican post-mortems detallados. Que convierten cada caída en una lección compartida con su comunidad. Estas son las organizaciones que construyen confianza real, no solo percepciones de perfección. Pregúntenle a David Vélez (Nu).

No me gusta su estilo ni la cultura que promueve, pero cuando SpaceX explota un cohete, Elon Musk tuitea sobre ello en tiempo real. Cuando GitHub sufre una interrupción masiva, publican un análisis técnico completo de lo que salió mal. Cuando Basecamp cometió errores garrafales en su manejo de políticas internas, sus fundadores escribieron disculpas públicas y cambiaron su enfoque (aunque tardaron en hacerlo). Yo mismo le pedí a mi padre, todavía en medio del llanto aquel “fatídico” noviembre, que me cambiara de colegio; él, solo con su silencio penetrante de siempre, simplemente me volvió a matricular allí. Un año después repetí la charla, fue “todo un éxito”. Cincuenta años después sigo haciéndolo como entonces, aunque los temas y el público hayan cambiado ligeramente.

Estas empresas y yo entendimos algo fundamental: la innovación y la falla son gemelas inseparables. No puedes tener una sin la otra. Y si pretendes innovar sin nunca fallar públicamente, lo único que estás haciendo es mentirte a ti mismo y a todos los demás.

El verdadero costo de la perfección fingida

Hay un costo invisible pero devastador en esta cultura del ocultamiento: mata la innovación desde adentro. Cuando las empresas castigan el fracaso y premian el encubrimiento, envían un mensaje claro a sus equipos: no tomes riesgos, no experimentes, no intentes nada que pueda fallar visiblemente.

Los empleados aprenden rápido. Se vuelven maestros en el arte de la mediocridad segura. Proponen solo proyectos con garantía de éxito, o al menos, con plausible negación incorporada. Evitan las ideas audaces porque una idea intrépida que falla es una carrera arruinada.

Y así, lentamente, las organizaciones se fosilizan. Se vuelven expertas en ejecutar lo mismo de siempre, cada vez con más eficiencia, pero nunca en crear algo genuinamente nuevo. Se convierten en museos de su propio pasado exitoso.

El robot AIdol que cayó al piso al menos lo intentó. Al menos salió al escenario. Al menos existió como algo más que una presentación de PowerPoint. ¿Falló? Sí. ¿Es eso malo? Solo si no aprendemos nada de ello.

La vía alternativa

Imagina un mundo diferente. Imagina que después de que AIdol cayera, en lugar de cortinas negras y explicaciones apresuradas, el CEO hubiera subido al escenario y dijera: “Bueno, eso no salió como esperábamos. Permítanme mostrarles exactamente qué falló y qué vamos a hacer diferente la próxima vez”.

Imagina que abrieran el robot ahí mismo, mostraran el servomotor defectuoso, explicaran el problema de calibración, invitaran a otros ingenieros del público a ofrecer ideas. Imagina que convirtieran el fracaso en un seminario improvisado sobre los retos reales de la robótica humanoide.

¿Habría sido menos vergonzoso? No. Probablemente más. Pero habría sido auténtico. Habría sido educativo. Y, sobre todo, habría sido el tipo de momento que construye comunidades, no solo marcas.

Las empresas que van a dominar la próxima década no serán las que nunca fallan. Serán las que fallan mejor. Las que documentan, iteran, comparten y evolucionan en público. Las que entienden que la perfección es el enemigo del progreso y que la vulnerabilidad estratégica es la nueva ventaja competitiva.

No me quiero imaginar mi vida si don Luis Salazar de la Hoz me hubiera cambiado de escuela, si hubiese permitido poner esa cortina negra que yo le proponía mientras volvíamos a casa. Los efectos seguramente habrían sido devastadores para mí.

La lección del piso del escenario

AIdol cayó al piso y, en ese momento de desplome torpe y humillante, nos mostró algo mucho más valioso que un robot que camina perfectamente: nos mostró exactamente cómo NO manejar el fracaso en la era de la transparencia radical.

Las cortinas negras ya no funcionan. Todos tienen cámaras. Todo queda registrado. La viralidad no perdona. Y en un mundo donde cada error puede convertirse en meme global en minutos, la única defensa real es la honestidad.

No necesitamos más empresas que finjan perfección. Necesitamos organizaciones que entiendan que la innovación real es un desastre glorioso y documentado. Que cada prototipo roto es un paso hacia algo mejor. Que la diferencia entre un fracaso y un aprendizaje es lo que decides hacer después.

La próxima vez que tu proyecto caiga de bruces en el escenario de la presentación más importante del año, resiste el impulso de buscar cortinas negras. En lugar de eso, enciende más luces. Invita a la gente a acercarse. Muestra las piezas rotas. Explica qué salió mal. Y promete que la siguiente versión será mejor porque aprendiste esto en público.

Esa es la diferencia entre una empresa que oculta sus fallas y una que las convierte en su superpoder.

En el futuro, las organizaciones más valiosas no serán aquellas que nunca se equivocaron, sino aquellas que fracasaron tan públicamente, tan a menudo y con tanta transparencia, que transformaron el error en su principal mecanismo de evolución. La perfección es arqueología; el fracaso iterativo es la ingeniería del mañana.

Lucho Salazar

Dedicado a mi padre, Luis Salazar de la Hoz, enviado especial (a 8 años de su partida eterna).

Santiago de los Caballeros de Guatemala (hoy Antigua Guatemala), a 26 de noviembre de 2026 – 1700 kilómetros al noroccidente de Sincelejo, 50 años después.

viernes, enero 28, 2022

No cometas los mismos errores

Imagen tomada de Pixabay
Esta simple e inocente expresión que quisiera complementar con: “habiendo tantos nuevos por hacer” (No cometas los mismos errores habiendo tantos nuevos por hacer), es uno de mis mantras ágiles, hace parte del pensamiento ágil y lean que conduce mi comportamiento personal y profesional.

Sé que, si lo digo así, de esta manera tan escueta, es difícil de entender, así que trataré de explicarlo en las siguientes mil palabras… o menos.

Casi todos los equipos y empresas que conozco juegan a “lo seguro”. Se mueven como pez en el agua en su zona más confortable, usando técnicas de gestión y de ejecución y herramientas que no los desafían a ir más allá de lo necesario. Se pasean por los pasillos de una cultura donde no florecen ideas novedosas, así que, a lo sumo, alcanzan a equivocarse con errores ampliamente conocidos y miden su éxito de mejora con la velocidad a la que resuelven esos impases.

Me viene a la mente esta reflexión de Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa de Estados Unidos: Hay cosas conocidas que sabemos; son cosas que sabemos que sabemos. Hay cosas conocidas que desconocemos; se trata de cosas que no sabemos que sabemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos.

Pues bien, estas empresas de las que hablo se agrupan en los dos primeros estados. Saben lo que saben, son hechos y son conscientes. Saben lo que no saben, saben que son cuestiones no respondidas, pero que tienen respuestas y están a su alcance. Incluso algunas no saben lo que saben, intuiciones; es lo que flota en algún limbo entre la consciencia e inconsciencia empresarial y que en algún instante se hará evidente. Todas estas organizaciones tampoco están conscientes de que la velocidad de cambio en su entorno es vertiginosa, mucho mayor que la velocidad de cambio en su interior. Y esta dolencia es sinónimo de extinción.

Entra la cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Entonces, ¿cómo ir más allá? ¿Cómo provocar esa sacudida en el pensamiento de los líderes actuales? ¿Cómo ir a ese terreno inexplorado que supone lo que no sabemos que no sabemos? Los practicantes ágiles hemos encontrado una respuesta a estas preguntas: interiorizar, practicar y promover una cultura de experimentación.

Esencialmente, una cultura de experimentación implica implementar nuevas ideas o soluciones en la empresa, sin restringirlo solo a ciertas áreas.  Hago énfasis en lo de “restringirlo” porque hoy por hoy, los así llamados y recién instaurados laboratorios de innovación o centros de experimentación se están convirtiendo en una isla más en la organización. Un lugar, físico o virtual, al que solo ingresan algunos “privilegiados” de la empresa en tiempos de cambio.

La experimentación debe adoptarse en toda la empresa y los líderes junto con la alta dirección deben tener una mentalidad que promulgue e incentive la búsqueda de ideas en todas las personas que hacen parte del entorno corporativo. Es un hecho, las buenas organizaciones tienen personas y equipos con una fuerte convicción sobre el logro de objetivos y ejecutan iniciativas de una manera equilibrada; pero una organización virtuosa agrega la dimensión de una cultura de experimentación consistente.

Como siempre, la falla es un imperativo, es una condición sine qua non una cultura de experimentación se establece y arraiga en la empresa. Sin experimentar y errar en algunas acciones, iniciativas, incluso proyectos, no será posible encontrar las mejores ideas que posibiliten dar nuevos, grandes y concretos saltos a la organización, para entrar otra vez en el mercado ampliamente volátil y competitivo actual.

Una cultura de experimentación reta el statu quo organizacional y, a no ser que las empresas aprendan a desafiar sus formas actuales de pensar, no podrán sobrevivir. Perentorio.

La experimentación es dolorosa al comienzo. Saber que la mitad o más de nuestras hipótesis fallarán, no es algo que aliente a muchos en la empresa, mucho menos a la alta dirección. Pero es un paso necesario en la evolución corporativa hacia dejar una huella más profunda en los clientes y consumidores y hacia el logro de ese propósito superior que toda organización virtuosa ambiciona hoy. Aumentar el número de experimentos por unidad de tiempo, a lo Jeff Bezos, es una manera de salirle al paso a este dolor. Y es que las empresas exitosas prueban muchas ideas cada día, cada semana.

Cómo empezar a adoptar una cultura de experimentación

Imagen tomada de Pixabay
Estamos hablado de cultura. No cambiamos la cultura de un equipo, mucho menos de una organización en poco tiempo. Es una tarea titánica. De hecho, intentar cambiar la cultura organizacional es algo que raya en lo imposible. Lo que hacemos es apropiarnos de, empezar a practicar y a incentivar comportamientos inéditos, originales, que a la postre den como resultado el cambio cultural que queremos. De manera paralela, desincentivamos poco a poco comportamientos que nos hagan arraigar en la cultura actual.

Para este caso en particular, algunos comportamientos siembran la semilla de la experimentación en la empresa:

Invita a todos en la organización, incluso en el ecosistema empresarial. La experimentación la hacemos las personas y es para las personas. La gran mayoría de laboratorios de innovación que he visto son un ejemplo de lo que no debe ocurrir. Apenas si alcanzan a ser una bodega más en las selvas corporativas de la actualidad. La inteligencia colectiva y la diversidad de perspectivas son algunas de las mejores formas de enfrentar los escenarios complejos inherentes al trabajo que hacemos día a día; y se constituyen en pilares esenciales de la generación de nuevas ideas a probar.

Fomenta nuevas iniciativas por doquier. Grita a los cuatros vientos, hasta los extramuros de la empresa, que estamos bajo un manto seguro para fallar. Algo así como el manto de la invisibilidad de Harry Potter, una reliquia de la experimentación y la alquimia. Incentiva el nacimiento de hipótesis, premia los experimentos realizados, sin importar el resultado, siempre que haya aprendizaje para el equipo y la organización.

Motiva a las personas a mantenerse hambrientas, al menor estilo de Steve Jobs y su ya muy famoso y recordado “Mantente hambriento, mantente alocado”. Si empiezas a institucionalizar muy rápido estarás erigiendo paredes infranqueables para una cultura de experimentación. Es una vía rápida a la cultura del “siempre lo hemos hecho así”. Y de allí, al estancamiento solo hay unos pequeños pasos. Es definitivo, erradica todos los “talla única” de tu empresa; es decir, un único proceso para todo, una única forma de hacer las cosas, una sola práctica para todo, etcétera.

¿Ves que todavía hay mucho espacio para cometer errores? El trabajo es cuesta arriba, pero vale la pena escalar la montaña. Casi siempre la vista desde arriba es fantástica.

¿Y tú, qué estás haciendo para impregnar una cultura de experimentación en tu equipo y en tu empresa? Por favor, déjamelo saber en el foro.

domingo, diciembre 15, 2019

El contexto de tu producto importa: aquí te cuento el porqué

Imagen tomada de Pixabay

Escucha el audio de este artículo aquí:

Los dueños de producto virtuosos utilizan una combinación de análisis de negocios, experiencia de usuario y habilidades de gestión de productos para determinar cuál es el siguiente producto correcto a diseñar y construir y para compartir con el equipo de desarrollo el entendimiento que tienen de su visión.

Mucho antes de la era ágil ya enseñaba y acompañaba a los gerentes de producto y líderes de equipos de producto a:
  • Entender mejor a los interesados, a los usuarios y a todo aquel que se viera impactado de una u otra forma por el producto y por su desarrollo
  • Comprender el contexto de su producto
  • Tener una percepción más íntima de las necesidades de sus consumidores
  • Entender y juzgar el producto derivado de su trabajo con el equipo
  • Organizar la información recopilada del aprendizaje del uso del producto, más del contexto de este.
El movimiento ágil me enseñó posteriormente que una técnica específica puede o no ser apropiada en cada situación. También me enseñó que el diseño y la elaboración de productos impresionantes es una forma de pensar, una mentalidad. De esta manera, el mensaje que llevo a los Dueños de Producto actuales para ayudarlos a determinar el momento adecuado para usar una u otra técnica y la forma más sencilla de aplicarla, es conocer en profundidad los diferentes escenarios, las circunstancias o condiciones bajo las cuales será usado el producto que tienen en mente, lo que casi siempre incluye conocer al detalle a los usuarios o consumidores.

Pero en el camino de establecer una comprensión compartida del problema y más allá, de la causa raíz, el problema detrás del problema, y de las mejores soluciones para resolverlo, nos encontramos con ciertos impedimentos como:
  • Muchos backlogs de producto
  • Dificultad en la priorización de cada uno de ellos y entre unos y otros
  • Poca percepción del valor de cada producto y de cada uno de sus componentes, el valor para el negocio
  • Muchas interdependencias entre unos y otros y hasta con productos que no están en el radar de nadie
  • Los equipos no necesariamente están trabajando en los productos correctos desde una perspectiva del negocio, aunque los Dueños de Producto no ayudan mucho en este sentido

Para sobrepasar estas dificultades ayuda conocer el contexto en el cual estamos trabajando. Es útil encontrar las respuestas a preguntas como:
  • ¿Quién necesitará o usará nuestro producto?
  • ¿Quién es nuestro consumidor final?
  • ¿A qué mercado o segmento de mercado queremos llegar?

Pero ya no estamos en el momento de quedarnos con las respuestas simples. Estamos en la era de la hiperpersonalización de productos. Cada consumidor o usuario quiere tener su propia experiencia, única, así es que dediquemos tiempo a conocer a muchos de ellos. No es que necesitemos salir con un MVP para cada uno, se trata de salir lo más rápido posible con un producto en excelentes condiciones, listo para usar o consumir y,  a partir de allí, incrementarlo y desplegarlo a más y más usuarios de manera frecuente.

Dediquemos un tiempo importante a repensar el producto. No caigamos en la trampa del “MVP muy temprano”. El mayor miedo de las organizaciones hoy es llegar al mercado con el producto incorrecto. Está bien lo de fallar rápido y barato pero no se trata de fallar por fallar. Nos enfrentamos a la paradoja de las organizaciones exitosas: solo queremos brindar productos que enamoren a las personas, pero no sabemos si el producto deleitará a nuestros clientes hasta tanto no lo hayamos entregado.

Las cosas así, llevar a cabo minuciosamente algunas de estas actividades, sino todas, ayuda:
  • Definir y defender la visión del producto.
  • Investigar la naturaleza y probar las necesidades del mercado
  • Identificar múltiples opciones de productos de alto valor.
  • Decidir las fechas de lanzamiento y el contenido. Sobre todo, lanzar con calidad.
  • Durante el desarrollo “a lo Scrum”, lograr que los elementos del backlog de producto estén "Preparados" para la planificación y desarrollo
  • En ese mismo orden de ideas, aceptar solo trabajo "Terminado"
  • Realizar demostraciones de productos y solicitar retroalimentación en vivo y en directo, tomar atenta nota e incorporar, de ser posible, las nuevas solicitudes

En mi artículo Las historias de usuario se cuentan con C de Contexto, enumeraba Algunas herramientas que nos ayudan a entender mejor el contexto de las historias de usuario y del producto en general. Puedes leer el artículo en:

Ahora bien, antes de pensar en la tecnología, pensemos en el negocio. Antes de salir a vender (o a producción), pensemos en el mercado. Antes de desarrollarlo, pensemos en el cliente o usuario. Antes de considerar sus componentes internos, pensemos en cómo se verá a los ojos, a los sentidos de las personas a las que queremos llevarle el producto.

Una técnica que estamos aplicando con éxito es esta del desarrollo de productos basado en experimentos: una forma de abordar el diseño del producto y el proceso de desarrollo para que la investigación, el descubrimiento y el aprendizaje (hacer preguntas y obtener respuestas útiles y confiables) tengan prioridad sobre el diseño y luego la validación de las soluciones propuestas. Pero sobre desarrollo de productos basado en experimentos hablaremos en otra oportunidad.

Imagen tomada de Pixabay
Mientras tanto, atención Dueños de Producto, Gerentes de Producto, deleguen completamente el diseño y la construcción del producto al equipo de desarrollo, ustedes dedíquense a explorar el mercado, a aprender de él, a pensar en nuevas formas de cambiar el estilo de vida de las personas y a conocer las necesidades de estas. Es lo que finalmente los conducirá al éxito en sus tareas habituales. ¡Escucha a tu usuario!

Finalmente, es solo a través de procesos efectivos de diseño, prueba, retroalimentación e iteración, que un Dueño de Producto y su equipo pueden validar el impacto de una idea en un contexto. Súmate a un equipo grandioso, porque un equipo estupendo hace productos fantásticos.