Tengo que confesar que no voy a satanizar a Scrum ni mucho menos a quienes lo practicamos, ¡yo soy uno de ellos! Lo practico no solo en las organizaciones que acompaño, con ímpetu, con altivez cuando es necesario, lo enseño, acompaño a otros a enseñarlo, a practicarlo y he aprendido mucho en el camino. Lo practico con la suficiente apertura como para saber que nunca es suficiente y que debo seguir inspeccionando la realidad para hacer adaptaciones razonables y lograr un cambio sostenible. También lo práctico en mi vida personal, con la pasión y el coraje que se necesita para recargarme cada día y sentir el poder de enfocarme en lo que me emociona y me hace feliz al lado de mi familia.
No, no me
malentiendas. Con Scrum en particular y con el pensamiento ágil en general he
aprendido que el liderazgo no se trata de una credencial o una designación. Se
trata de impacto, influencia e inspiración. Y también he experimentado que a
donde sea que vayas, tienes que ir para ser el mejor sin tener que serlo, que
no hay fórmulas con la solución para cualquier cosa que ocurra, y que se trata
de entusiasmo, honor y trabajo duro. Pero ojo, no nos equivoquemos, es muy
fácil confundir pasión, esa determinación con la que hacemos las cosas, sobre
todo para promover el cambio, con este scrumdamentalismo que casi siempre, por
no ser totalitario, es un sinsentido.
Lo que ocurre
es que muchas personas, agilistas o no, siguen buscando la respuesta a todo en
las prácticas ágiles, aun en los valores y principios ágiles; lo hacen de
manera literal, cuando muchas veces la pregunta correcta es “¿qué te dice el sentido común?”. He
trabajado en procesos de mejoramiento (de software) durante las últimas dos
décadas y desde siempre he usado este lema: cuando
se trata de procesos, marcos de trabajo o prácticas, no subestimes tu poder de
pensar. ¡Funciona para mí!
La causa de
este fenómeno es que entendimos mal Scrum, sus valores principales o la teoría
que lo soporta y tratamos al marco de trabajo como una religión o un dogma,
donde todas las respuestas a cada uno de los problemas y escenarios que
enfrentamos diariamente vienen de Scrum (esto es precisamente scrumdamentalismo
en toda la extensión del término). O bien, hemos entendido Scrum y, sin
embargo, le seguimos dando tratamiento de doctrina porque nos gusta su
estructura, ese conjunto riguroso y limitado de parámetros que nos hace fácil y
llevadera la vida en este universo VUCA que muchas veces nos da temor enfrentar.
Es el anhelado “paso a paso seguro” que nos lleva del punto A al punto B sin
miedo a equivocarnos.
Es fácil
convertirse en scrumdamentalista.
Parece un estado inevitable por el que todos hemos pasado. De eso se trata el
Shu de Shu-Ha-Ri en donde, si eres Scrum Master sigues con precisión la guía de
Scrum, te concentras en cómo hacer las ceremonias con el equipo, que se tengan
los artefactos y que cada miembro del equipo se desempeñe como lo plantea la
guía o como te dijo el instructor en el curso que tomaste, sin preocuparte
demasiado por la teoría subyacente, como por ejemplo: cómo planificar en un
entorno empírico.
Lo que
convierte a este síntoma en un estigma es querer quedarse allí para siempre. Algunas
manifestaciones de los scrumdamentalistas incluyen:
1.
En
la Reunión Diaria siempre se responden “las tres preguntas”.
2.
El
sprint debe tardar 2 semanas, siempre.
3.
La
planificación de un sprint de dos semanas debe tardar máximo cuatro horas.
4.
Solo
podemos usar historias de usuario para representar lo que el usuario quiere.
5.
El
Scrum Master es el único que puede conducir la retrospectiva.
6.
El
Dueño de Producto es el único responsable de definir el incremento de producto
para el sprint.
7.
Pensar
que cualquier “otro” scrumdamentalista tiene que o debe cambiar, sobre todo
después de leer este artículo.
8.
Las
herramientas son las armas del demonio de la agilidad.
9.
La
documentación tiene que reducirse, ojalá hasta llegar a nada, a cualquier
costo.
10. Tenemos que evitar, incluso alejarnos
de, cualquier persona cuyo pensamiento no esté cubierto por el mantra ágil.
Los
scrumdamentalistas ven a las organizaciones, comunidades ágiles y consultoras
como alquimistas que se presentan ante ellos con sonrisas congruentes y manos
extendidas para ofrecer soluciones, transformación cultural, reducción de
desperdicios y aumento de felicidad, compitiendo como si se tratara de un
mercado persa. Pero solo es porque tienen el recuerdo aciago de un pasado en el
que otras organizaciones, comunidades y consultoras se comportaron de manera
bárbara cuando eran fuertes y hacían ofertas que no podían rechazar.
Hoy tenemos que
partir del precepto de que todos queremos, en efecto, soluciones, cambiar la
cultura organizacional, reducir desperdicios, mejorar continuamente y ser más
felices. Y que lo hacemos partiendo de la base de que tenemos buenas
intenciones, con la información, las habilidades y los recursos que tenemos
disponibles. Y reconociendo que la trayectoria pasada no es garantía del
desempeño actual y mucho menos del futuro, porque los escenarios cambian.
El mismo Scrum
nos muestra la solución a esta disfunción dogmática con sus valores: el
empirismo en el que se basa la teoría de Scrum requiere de transparencia, de
franqueza (léase apertura). Esto nos
enseña a tener la disposición suficiente y necesaria para aceptar las ideas y
propuestas de las personas en el equipo y en la organización, aun en procesos
complejos de transformación cultural. Precisamos de una apertura tal que nos
permita desaprender y aprender en todo momento; y también necesitamos un
entorno donde experimentar, fallar y volver a intentarlo.
También debemos
tener el coraje para admitir que no somos perfectos y que siempre podemos
mejorar y cambiar el rumbo de nuestro pensamiento; coraje para dejar de lado
las convicciones del pasado. En resumen, la guía de Scrum, breve y liviana como
la han mantenido sus autores, es un compendio pletórico de riquezas, una serie
efectiva de propuestas para ayudarnos a hacer las cosas bajo el manto de la
mentalidad ágil, pero sin que hagamos a un lado nuestra habilidad, humana y humanizante, de sentir y de pensar.
Incluso yo
puedo parecer un scrumdamentalista al escribir este artículo, ¿quién sabe?
Quizás sea el más scrumdamentalista de todos, pero estoy trabajando en ello.
Solo dame tiempo y ayúdame a sanar.
Lucho Salazar. Lima,
20 de enero de 2019.